martes, 3 de agosto de 2010

ABRIR EL LIBRO EN EL MOMENTO JUSTO

No hay golpe tan duro como la pérdida de un hijo; ninguno se asemeja a la ausencia abrupta de lo que se esperó 9 meses y apenas se pudo abrazar. Pero hay un Dios de oportunidades que transforma el dolor en senderos de felicidad inesperada.

Esteban y su señora tuvieron una hijita que vivió sólo un mes entre ellos. La pérdida los revistió de una pena que se fue transformando en un enojo grueso y sólido. Patricia, la tía de Esteban, había comprado el libro Ángeles en tus tumbas unos días antes y al ver a su sobrino amado envuelto en esa angustia, recordó los testimonios, especialmente uno: el de Paloma, Felipe y sus hermanitos, y decidió llevárselo.

La recepción del libro fue fría y distante. Se musitó un “gracias” de compromiso, e inmediatamente después, pasó a engrosar las pilas de papeles y revistas de un mueble viejo. Sin embargo, 6 meses después, la esperanza renació en ese hogar de José C. Paz… Esteban y su señora nuevamente estaban en la dulce espera y, en marzo de 2010, Valentina Reina llegó a este mundo con 3,200 kilos, bella y vivaz. Un parto normal, sin sobresaltos. Todo era alegría.

Pero una madrugada de otoño, su mamá se despertó de un salto sin explicación y corrió a ver a la bebé: la nena estaba con los labios morados y parecía inerte. El clamor se apoderó de estos padres, “¡otra vez no!”, gritó Esteban mientras le daba golpecitos en el pecho a Valentina, quien al cabo de unos segundos comenzó a respirar. Se terminaron de vestir y atontados de dolor salieron hacia la clínica más cercana; Esteban recordó -en ese instante- el libro que le había regalado su tía, lo apretó al pecho y lo llevó consigo.

De la clínica zonal fueron trasladados al hospital Garraham en ambulancia; en el trayecto, la bebé hizo un paro del que salió victoriosa, pero estaba muy débil. Esteban por fin abrió el libro y comenzó a recorrer los párrafos que sólo conocía de oídas por su tía y, en contra de lo que el médico de la ambulancia intentaba hacerle entender, Esteban aseguró “mi hija no se muere, ella va a salir”…

Eran casi las 6 de la mañana cuando Patricia, la tía de Esteban, llegó al hospital. La bebé estaba siendo examinada en la guardia con su mamá y Esteban leía Ángeles en tus tumbas, en el pasillo. El Dios que encontro en las páginas de ese libro ¿sería capaz de librarlo de las trampas de la desesperación, como así leía?

Hoy, con casi 6 meses, Valentina balbucea sus primeras palabras, crece y está sana; y su papá, que abrió un libro justo a tiempo, sabe que hay un Dios -invisible pero real- que tiene poder para convertir la muerte en vida.

lunes, 2 de agosto de 2010

VIVIR SOBRE LA CUERDA FLOJA

“Le llevo este libro a mi oncóloga, porque dice que mi caso es un milagro del cielo; tenía tumores cancerígenos en el intestino, hígado y estómago. Una quimioterapia me había obstruido la tráquea, pero Dios me sacó de la tumba, y mi doctora es testigo. Ella tiene que leer este libro”, decía Celia Britez en la una de las presentaciones de Ángeles en tus tumbas.

Siendo un niña de tan sólo tres años, tomaba pequeños sorbos de whisky, los escupía y volvía a pedir más. Era la quinta de una familia humilde de 11 hermanos, de un barrio de Montevideo.

A los 12, aprendió a inyectarse en el baño de un colegio junto a otra compañera; a los 16 se trasladó a Buenos Aires donde llegó el amor y la delincuencia, un camino compartido hasta que la cárcel frenó esa carrera; la violencia fue su lenguaje y expresión donde fuera que vaya.

La salud se fue deteriorando y al HIV se le sumó una metástasis que parecía declarar el fin. Celia escuchó hablar de Dios en un pic-nic y allí descubrió que nunca más volvería a estar sola. En las sucesivas operaciones, Jesús estaba con ella. De a poco, las drogas se alejaron de su camino y la violencia menguó.

Hoy, si bien sigue en el camino de la recuperación y con la guardia en alto, cambió las armas humanas por la confianza en ese Dios. “Yo siempre estuve caminando sobre la cuerda floja, peleando contra todos porque no entendía la injusticia de vivir lo que me había tocado”, dice Celia, quien ahora sabe que hay esperanza, que se puede salir de una noche larga y -lo más importante- que siempre hubo, hay y habrá ángeles en sus tumbas.

“Cada tumba puede transformarse en un milagro”, dice Guillermo Prein en el libro. Y, al igual que Celia, miles encontraron en sus páginas el aliento para soñar en medio de la crisis y atravesar sus valles de lágrimas para transformarlos en senderos de felicidad.